El 4 de agosto la Iglesia
celebra uno de los más santos sacerdotes que jamás ha vivido – san Juan María
Vianney, conocido como ‘El Cura de
Ars’. Son numerosos los libros que
se han escrito sobre su vida, en particular la obra de Abbe Trochou, de la
editorial Tan. San Juan
XXIII escribió una Encíclica sobre este gran santo.
Nuestro anhelo es que esta meditación
sirva como fuente de motivación para los sacerdotes, obispos y futuros sacerdotes. Veamos a este espléndido modelo e imitémoslo. Este escrito resaltará cinco las la
extraordinarias virtudes de esta estrella que ahora brilla en el firmamento (Hans von Balthasar).
1. PACIENCIA, CONSTANCIA Y PERSEVERANCIA. El Cura de Ars vivió en los tiempos de la Revolución Francesa y su
secuela. Cuando estaba en el seminario,
se le dificultaban los estudios. El
mismo decía que ''no podía guardar nada en su mala cabeza". En una occasion un seminarista le golpeo en la cara por ser tan lento para aprender. Vianney de rodillas le pidió disculpas por ser tan lento. A pesar de los incontables obstáculos, san
Juan perseveró y recibio las ordenes sacerdotales. Pero había algo que sí sabía hacer, y
lo hacía muy bien – sabía rezar.
Pidamos a Dios por los sacerdotes, para que vivan la virtud de la
paciencia, para que sean pacientes con Dios, consigo mismos y con ontros cuando
se presente la occasion de practicar esta virtud.

2. PENITENCIA. Jesús dijo: Algunos demonios sólo pueden
salir por medio de la oración y el ayuno. Cuando el Cura de Ars llegó a su
nueva parroquia, conocía
por un don de Dios la triste condicion del corazón de las
almas. Èl no se entregó a la desesperanza, más bien se encomendó a la omnipotencia de
Dios. Antes de dirigirse a las ovejas de
su rebaño, abandonó su corazón puro y
sufriente a Dios con estas palabras: 'Dios mío, concédeme la conversión de mi
parroquia. Consiento en sufrir cuanto queráis durante toda mi vida, aunque sea
durante cien años los dolores más vivos con tal que se conviertan'. El Santo Cura pasaba largas horas en oración, aveces toda la noche en
oración. Acompañaba su ferviente oración
con fuerte ayuno, pasando aveces uno o dos días sin comer. En otras ocasiones al comenzar la semana hervía patatas y se comía dos o tres al día – todo lo hacía por amor a Dios y por
la salvación de las almas.
3. ACABÓ CON
LA CAUSA DEL PECADO. Una de las causas
principales del pecado en su parroquia eran las tabernas – hoy les llamaríamos
antros o clubs nocturnos. En estos
sitios de perdición sólo se respiraba el pecado: lenguaje obsceno, consumo execesivo de
alcohol, bailes y conducta indecente. El
Santo Cura desmedidamente oraba, ayunaba y predicaba fuertemente contra estas casas
de pecado. Con el tiempo, la victoria
fue de él y todas las tabernas se cerraron. El Santo Cura nos enseña que para superar y
conquistar el pecado, debemos evitar la ocasión próxima del pecado. Eso
incluye personas, lugares, cosas y circunstancias. Porque que quien con lobos anda,
a aullar se enseña, el que con fuego juega,
se quema.
4. CONFESIÓN. Dios dotó al santo Cura de Ars con unas cualidades extraordinarias como confesor. Después de años de
intensa oración y ayuno, de aplicarse la disciplina y de enseñar
catecismo, sus feligreses regresaron a la Iglesia al igual que gentes de todas partes. La santidad, el amor y el celo apostólico de este verdadero hombre de Dios hizo que muchos abrieran su corazón, examinaran sus conciencias y acudieran al Sacramento de
la misericordia de Dios. El
confesionario llegó a ser su morada habitual, en donde pasaba entre 14, 15 o 16
horas escuchando pecados y reconciliando a las almas con el Corazón
Misericordioso de Jesús. Hace 250 años
las Iglesias y los confesionarios no tenían calefacción o aire
acondicionado. En el verano el
confesionario era un horno y en el invierno era una hielera. A
pesar de estos extremos, nunca se supo de una queja, más bien daba gracias al Buen Dios.

5. SUS GRAN AMORES:
MARÍA Y LA EUCARISTÍA.
Pensemos por un momento: ¿Cómo puede un solo hombre lograr
tanto con tan poco? Comía solo 2 papas al día, confesaba de 14 a 17 horas al
día, de noche dormía sólo tres horas, el demonio lo acosaba de noche, era calumniado por los dueños de las tabernas por haberles cerrado su negocio – ¿Cómo
pudo llevar este ritmo por más de una semana, acaso no estaba exhausto de
cansancio o al borde be la locura? La respuesta es muy clara. Su fuerza fueron sus dos gran amores. El Cura de Ars amaba locamente a Jesús
y María. Jesús y María fueron la fuente
de su fuerza y perseverancia. Amaba el Santísimo
y el Santo Sacrificio de la Misa. María era su tierna y dulce Madre. Jesús era su Señor, su Dios, su Salvador y su
mejor AMIGO. Cuando predicaba sobre la Santa Misa o la Santa Eucaristía la unción de sus palabras convertían los
corazones más endurecidos. Leamos y meditemos sus palabras:
''Sin la divina
Eucaristía, no habría felicidad en este mundo, la vida no sería soportable.
Cuando recibimos la Santa Comunión, recibimos nuestra alegría y nuestra
felicidad. El Buen Dios, deseoso de
darse a Si mismo en el Sacramento de su amor, sembró en nuestro corazón un gran
añoro, que solo Él puede satisfacer. En
presencia de tan excelso Sacramento, somos como un moribundo que se muere de
sed estando al lado de las corrientes de agua – tan solo necesitamos bajar la
cabeza, como quien sigue siendo pobre y permanecer cerca de tan grande Tesoro –
solo tenemos que extender la mano. El que
comulga se pierde en Dios como una gota de agua en el océano. No se los puede
separar.

Recemos con
fervor al Cura de Ars, San Juan María Vianney por los sacerdotes. Pidamos que sean hombres de profunda oración,
de ardiente cello apostólico por la salvación de las almas, amantes de la Santa
Misa, la Santa Comunión el Santísimo Sacramento e hijos enamorados de María,
la Madre de Dios, la Madre de la Iglesia y la tierna Madre de los
sacerdotes. San Juan María Vianney,
ruega por la Iglesia, los sacerdotes y la salvación del mundo entero.