¿YO, SANTO?


Cuando recién fui ordenado sacerdote, me encontraba en Buenos Aires Argentina, la tierra del Santo Padre, el Papa Francisco, recuerdo una vez haber desafiado a una señora que tenía nobles aspiraciones espirituales diciéndole:  ‟¡Sos llamada a ser santa!”  Recuerdo su reacción, una mirada de asombro, ¡casi se cae de la silla!

Esta reacción respecto a la llamada a la santidad, no es poco común aún entre buenos católicos.  ¿Por qué esta reacción de asombro?  Porque muchos tienen una idea errónea de lo que es la santidad. 

En mi clase de catecismo hago esta pregunta: ‟¿Quién quiere ir a cielo?”  ¡Todos alzan la mano sin excepción e de inmediato!  Luego hago la siguiente pregunta:  ‟¿Cuantos de ustedes quieren ser santos?”  Ni una sola persona alza la mano.  Luego explico la siguiente verdad.  Todos somos llamados a ser santos porque en el cielo donde está Dios, están también los ángeles, los SANTOS y la Santísima Virgen María.  Para llegar al cielo tenemos que ser santos – no hay otra forma de llegar.  Hay dos tipos de santos, los que han sido canonizados, los que han sido proclamados santos por el Santo Padre cuando después de su muerte se les atribuye dos milagros.  Pero la mayoría de santos son ‟anónimos”, es decir, no han sido canonizados oficialmente por la Iglesia, ¡pero en verdad son santos!

Veamos algunas pruebas concretas de este llamado a la santidad.  La escencia de la santidad, de ser santo, es simple y sencillamente el deseo ardiente de seguir e imitar los pasos de Jesucristo nuestro Salvador y Redentor - ‟el Santo de santos”.  Nuestra santidad fluye de nuestra unión con Cristo, por la gracia que fluye del misterio pascual – la pasión, muerte y resurección y la imitación de Cristo.  Estas gracias fluyen con mayor abundancia mediante el Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia y una vida sacramental, de forma única mediate la Santa Eucaristía – que es veraderamente el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo nuestro Salvador y Redentor.  Toda las virtudes necesarias para ser santo están veraderamente presente en cada Hostia consagrada ¡porque cada Hostia es JESÚS!


Otra prueba de este llamado universal a la santida es la siguiente.  En el Sermón de la Montaña, Jesús nos desafía en las bienaventuranzas a que tengamos hambre y sed de justicia.  Justicia es otra forma de decir santidad.  Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados.” (Mt 5,6)  En este mismo contexto Jesús da un imperativo diciéndonos:  ‟Sean santos como es santo vuestro Padre celestial.” (Mt 5,48)  No es término condicional sino un imperativo – ¡Jesús nos manda a ser santos!

La Beata Madre Teresa de Calcuta reafirma este mismo compromiso con estas potentes palabras:  ‟La santidad no es el privilegio de unos sino el deber de todos.”  Igual le afirmaba a cualquier joven que quería ingresar al convento de las Misioneras de la Caridad que era menester tener el deseo ardiente de ser santos.

Por último, en uno de los documentos más importantes del Concilio Vaticano II, la Constitución Dogmática ‟Lumen Gentium”, quinto capítulo, es nada menos que el ‟llamado universal a la santidad”.  Es decir, la santidad no es para un grupo selecto sino universal – todos, absolutamente todos somos llamados a ser santos.




Roguemos a Nuestra Señora, la Santa Madre de Dios, que nos alcance la gracia de realmente anhelar ser santos para así cumplir las palabras de Jesús: ‟Sean santos, como es Santo vuestro Padre celestial.”